DANNY THE DOG


Luc Besson, salvando las distancias, es hoy por hoy al cine francés lo que Spielberg al americano. Es un hombre que como director ha hecho varias de las mejores películas de acción europeas de los últimos 25 años (León, Nikita, El Quinto Elemento) y como productor ha hecho de su compañía Europa Corp. una máquina de hacer dinero comparable a lo que es DreamWorks en USA. Para ello ha escrito y producido cantidad de películas de fácil consumo, muy flojas en su mayoría, cortadas casi siempre por el mismo patrón y dirigidas por nuevos talentos venidos del mundo del videoclip y la publicidad y por tanto capaces de lidiar con grandes medios sacándoles el mayor partido.

Danny the Dog, de la que llevamos hablando ya mucho tiempo porque nos daba muy buena espina, no dista mucho de esa forma de trabajo que Besson ha venido realizando desde que produjera Taxi en 1998, pero las aspiraciones de la película, si bien son comerciales, van más allá y por tanto dejando la ligereza y lo políticamente correcto para otras historias.

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Bart ordena atacar a su perro.

La película nos cuenta una historia terrible, la de Danny (Jet Li), un hombre que ha sido criado desde niño como un perro de pelea por Bart (Bob Hoskins), un mafioso de poca monta. Ataviado siempre con un collar, cuando Bart se lo quita se convierte en una máquina de matar imparable, lo que permite a Bart cobrar a todos los que le deben dinero ya sea por las buenas o por las malas. En uno de esos cobros Danny coincide con un afinador de pianos (Freeman), instrumento por el que Danny siente un obsesivo interés. Un accidente hará que Danny se quede sólo e irá a parar al taller del afinador y este le acogerá en su casa junto a su hija. Danny empezará a vivir una vida totalmente distinta que le permitirá recuperar su humanidad poco a poco.

Besson ha escrito un guión que como se puede ver tiene puntos en común con León. En las dos tenemos a un protagonista solitario, callado, aislado del mundo, cuya única función es liquidar o dar una paliza al objetivo asignado de turno. En los dos casos ese personaje tiene cierto lado humano oculto que sale a la luz por medio de una niña en el caso de León y de una peculiar familia y el piano en Danny the Dog. Y por supuesto en las dos hay un enemigo desquiciado dispuesto a amargarle su nueva vida, Gary Oldman en León y Bob Hoskins en esta película.

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Danny y su nuevo amigo, Sam.

En ambos casos, aunque la acción es un ingrediente fundamental, no es el principal, y tampoco hay coñitas estridentes como en pelis como Taxi o Yamakasi escritas también por Besson. La peli se centra en el cambio de vida del protagonista, tremendamente drástico en Danny the Dog, donde pasa directamente de ser un animal de pelea a ser una persona normal y corriente.

Esa evolución de Danny y su relación con su nueva familia es el núcleo central de la película. Su adaptación está contada estupendamente y con muy buen pulso, lo que hace que la película no decaiga ni suene absurda. Danny se comporta como un niño en un mundo nuevo y es que desde su infancia ha sido tratado como un perro lo que no le ha permitido madurar y relacionarse con la gente.

Pero que nadie piense tampoco que la peli no tiene grandes secuencias de acción. El comienzo es espectacular y vemos como Bart dedica un día a cobrar a sus acreedores para lo que en más de un caso debe soltar a su «perro». Las tortas que mete Jet Li suenan tan reales que duelen incluso si no miramos a la pantalla. Por supuesto también hay un final de traca donde Jet Li se las verá con el típico «luchador en la sombra» que no hace acto de presencia hasta que resulta indispensable al ver que los esbirros de su jefe sucumben como moscas. La peleita entre Danny y este tipo, al que podemos llamar «el calvo del pijama», es genial, sobre todo una parte que sucede dentro de un estrecho retrete. Se nota que Leterrier sabe manejarse en este tipo de secuencias que están además coreografiadas por Yuen Woo-ping, famoso en todo el mundo tras su trabajo en Matrix, Tigre y Dragón y otras películas con peleas bestiales e imposibles.

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Danny vs. «el Calvo del Pijama».

En lo que respecta a los actores la sensación es muy buena. Jet Li demuestra que sabe hacer algo más que poner cara de sieso y repartir mandobles y nos creemos perfectamente su cambio y su forma de percibir las cosas. Morgan Freeman (Sam) y Kerry Condon (Victoria), padre e hija en la peli, dan vida a dos de esos personajes entrañables. El primero actúa como mentor y le acoge como a un hijo, la segunda es la que le enseña a disfrutar de las pequeñas cosas, y entre ambos le enseñan a disfrutar la música, que es algo más que un detalle poético en la película. Bob Hoskins, que lleva años en papelillos secundarios totalmente intrascendentes, hace uno de esos malos absolutamente siniestros y mezquinos, lo que normalmente se conoce como un HIJOPUTA, y lo borda.

Para rematar todo, la peli tiene una fotografía tremendamente cuidada. Hay algunas secuencias con movimientos de cámara muy logrados, alardes que acompañan durante la peli pero de los que no se abusa en ningún momento. Todo tiene una tonalidad entre gris y marrón muy coherente con los suburbios ingleses donde Danny se mueve al principio y con el tono general de la historia. Y tampoco podemos olvidar la estupenda banda sonora de Massive Attack, que se aleja bastante de sus discos pero que se adapta muy bien a la película junto a distintas piezas de piano que suenan a lo largo de la misma.

En definitiva. Una gran película de acción con una historia sencilla pero original y muy bien contada donde pueden disfrutar tanto los que quieren ir a ver «una de hostias» como los que prefieran simplemente ir a ver una buena película con algo de chicha.

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